Apoyado en la farola estaba
un gato rubio precioso. Nos gustó tanto el gato que lo cogimos y nos lo llevamos a nuestra casa.Al llegar a la cocina muy en silencio, para
que nadie se enterara, le dimos un poquito de leche ( lo necesitaba),
en la farola no había nada de comer. La sorpresa se la llevó mi
madre a la mañana siguiente, cuando se levantó, y vio al gato. Le pareció
un gato precioso. Tanto quería el gato a mi madre, y nosotros a él, que iba a buscar a mi madre al
autobús que hacía el servicio del pueblo y, al lavadero que era los
sitios que frecuentaba mi madre.
Cambiamos de casa. Nos fuimos a vivir a
un piso, y, ese encierro, el gato no lo soportó. Un día se fue, y no volvió más. No supimos si no supo volver o no quiso.Mª Ángeles Arratia Repiso, Taller de Lectura y Escritura Creativa.
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