Un
gato solitario andaba por el barrio, siempre tenía la costumbre de
ponerse bajo la farola de su calle, esperando a otras compañeros
gatos. Al gato esa farola le traía buenos recuerdos de su dueño, el cual siempre le sacaba a pasear al parque donde se encontraba la farola. El gato se sentía muy a gusto en aquel lugar, pues le traía
gratos recuerdos de cuando era joven, y le llevaba su dueño para que jugase con otros gatos.
Siempre le gustó aquella farola porque allí conoció a una gatita que fue su gran sueño, y compañera de fatigas
y correrías.
Fernando García Turia, Taller de Lectura y Escritura Creativa
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